La historia de Richard, el Cazador del Estero Batel

Hace mucho tiempo, cuando el sol doraba los pastizales y los camalotes viajaban lentos por el espejo del agua, vivía en las costas del Estero Batel un hombre llamado Richard. Era extranjero, venido de tierras lejanas, pero el monte lo había adoptado como suyo.

Vivía de la caza y la pesca, conocía cada arroyo, cada sendero oculto entre las tacuaras, y había formado una familia con una mujer del lugar.

Dicen que era buen hombre, callado, de mirada firme y manos curtidas por el río.

Su silbido se escuchaba desde lejos cuando volvía al rancho: un sonido alegre que hacía salir a su esposa y a sus hijos a esperarlo en la orilla.

Pero una tarde, cuando el calor hacía hervir el aire, Richard se internó en los esteros para mariscar. Llevaba su canoa, su machete y su escopeta. Dijo que iría a una isla escondida, conocida sólo por los lugareños, donde vivían los yacareces más grandes del Batel.

Pasaron los días… y no volvió.

La familia, desesperada, pidió ayuda a los vecinos.

Partieron en su búsqueda, guiados por el rumor del agua y el vuelo de las garzas.

Lo hallaron al tercer día, inmóvil, sentado en su canoa, con medio cuerpo sumergido y los ojos abiertos hacia el horizonte.

No había señales claras de pelea ni heridas profundas, solo el silencio espeso del estero rodeándolo todo.

Fue enterrado allí mismo, bajo un ceibo en flor, porque nadie quiso llevar su cuerpo al pueblo.

Algunos viejos decían en voz baja que había sido el amante de su esposa, celoso, quien lo siguió hasta la isla y lo mató. Otros juraban que fue un gran yacaré, el dueño del agua, que lo atacó por desafiar sus dominios.

Desde entonces, cuando el rincón del Batel se cubre de bruma y el río duerme sin viento, los pescadores aseguran oír un silbido lejano entre los juncos.

Es el mismo que Richard lanzaba al regresar a su casa. Algunos dicen que su espíritu aún rema por los esteros, buscando el camino de vuelta, sin saber que hace años el monte lo hizo suyo.

Y cada vez que alguien se atreve a remar de noche por esas aguas, siente que algo lo observa desde el reflejo oscuro… quizá el cazador, o tal vez el yacaré que lo llevó al fondo, guardando para siempre el secreto del Estero Batel.

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